Ayer me pasó que iba en una micro y lo ví caminando en dirección contraria a la que yo iba. Me bajé donde debía porque me di cuenta tarde. Si estuviese más pendiente, como otras veces, en vez de bajarme en el 19 lo habría hecho en el 18. Podría haber evitado la gran corrida y el mal logrado encuentro. Mientrás corría trataba de encontrar el chaleco verde que llevaba en la mano y no veía nada. También pensaba en que con esa velocidad podría ganar una maratón, también podía ganar una estadia en un hospital por esa falta de aire que caracteriza mi esfuerzo físico (una vez un doctor me dijo que lo más probable es que tenga asma en el ejercicio, algo así, que terrible...sedentarismo or die!). Finalmente no lo encontré pero no perdí la esperanza y llamé desde un teléfono que cobra $150 pesos por los 30 segundos, y no $100 como los que me gustan a mi. Ya no estaba por ahí. La gran corrida familiar fue en vano. Y yo que me sentía como en una pelicula, de esas de amor. Bueno si, lo fue un poco. Hubo coordinación de piernas y brazos, velocidad, sensación de felicidad y luego de tristeza, un encuentro frustrado. Si, cómo una película. Me faltó la música pero eso no podía ser posible, se me echó a perder el discman. Un punto menos. Mejor eso si, porque cada vez que corro escuchando música me imagino un video clip y este no era el caso, pues debía imaginar una película y luego avergonzarme de aquel pensamiento. Como cuando tenía el pelo rojo y fuí a comprar. Para hacerlo más rápido corrí y luego me arrepentí porque no quería ser Franka Potente en Lola corre Lola. Me dió verguenza y mejor caminé.

Al final la pelicula de amor terminó bien.