El año pasado un amigo me dijo que se le atrofió la mente. Que de su puntaje nacional en matemáticas quedaba casi nada. Y luego, cada vez que me acuerdo de eso, aprendo nuevas cosas. Ayer supe que las arvejas tienen muchas vitaminas y que es el vegetal perfecto para reemplazar la carne. También aprendí casi bien donde está la tiroides, y aunque lo sabía, me gusta volver a saber que los pelos de la nariz sirven para algo.
A veces creo en que mi mente se atrofia y no quiero. Por eso, creo que tendré mas amigos de papel, y que Baldor será uno de ellos. Me obligaré a soportar el rojo de la sangre y algún día entenderé la mente por completo. Desde adentro y por fuera.

Siempre he tenido una fijación especial en los abrazos. Los propios y los ajenos. En la calle miro a la gente y de inmediato se nota cuando son de mentira. Cuando son de verdad la gente cierra los ojos. Cuando hay preocupación; se mantienen abiertos. Preocupación por si se nota que las ganas de abrazar han ido disminuyendo, preocupación por si alguien está mirando. Y cuando los recibo, me doy cuenta altiro.

A veces me hacen llorar... como hoy. No hay abrazo más hermoso que el de la película que vi hasta hace unos minutos. Fue como si mientras se acercaban hubiesen apretado un interruptor (que por ser en Tokio debe haber sido muy pequeño y lindo, aunque no único) y de inmediato la garganta se me apretó y por la cresta, nunca voy a saber que es que lo que le dijo al oído. Quizás esa es la idea. Que uno se quede con las ganas de ir a Japón, de saber la frase a la que ella respondió "esta bién", y de un abrazo como ese. Entremedio de toda esa gente, donde todo el movimiento daba lo mismo, aunque después todo volviera a lo que era hasta hace un rato. Fueron unos segundos de felicidad, como los que tengo a veces/cada vez con más frecuencia (y que se convierten en tardes enteras, luego quizás en prolongación de ellas con los recuerdos)

Las películas de amor siempre me dejan una sensación extraña. El amor, debe ser.